Abarca mundos, pero nunca intentes abarcarme,

almaceno tu palabrería más ruidosa con sólo mirarte.

Walt Whitman.

viernes, 29 de mayo de 2009

She said, she said...

Apareces por sorpresa. Sin previo aviso. Hablas con la gente, te ríes. Con esa risa tan tuya, un canto a las segundas intenciones.

Me miras. Siempre me miras. Con esa superioridad tan tuya, con tus malditos rayos equis. Tus rayos equis de superhéroe en paro. ¿Desde cuando tienes los ojos tan grandes?

Dios, tengo una regresión preadolescente. Soy incapaz de mirarte a la cara. Madre mía, soy tan trasparente. Me estoy poniendo histérica. Me largo.

Sólo soy capaz de devolverte la mirada durante unas milésimas de segundo, cuando tú hablas con cualquiera, cuando tú no miras.

Me siento como si tuviese gripe.

No soporto tu absurda camiseta, roja, blanca, quiénsabe. No soporto tu peinado vulgar, decolorado. No soporto tus zapatillas hechas por niños indonesios en alguna fábrica que no conocerás. No soporto la música que suena cuando te llaman al móvil. No soporto a tus estúpidos amigos. No soporto que me mires como si lo supieses todo de mí. Pero, sobre todo, no soporto tu sonrisa. La que ilumina las once menos cuarto de la mañana.

Me mata. Me matas.

Pero sigo mi camino. Y pienso. Pienso en lo que me espera a las tres menos cinco, cuando haya torcido la esquina de la iglesia. Por precaución. Porque a mí no me importa, pero a tanta gente le importa tanto... Siempre acelero el paso cuando queda poco para torcer nuestra esquina. Su esquina, en realidad. Y ralentizo al llegar como si no me esperara ver, parado, delante de la iglesia, el citroen rojo impertinente, como todos los días desde hace cinco meses. Y a él. Fumando. Con el codo apoyado en la ventanilla. Esperando para llevarme a nuestro oasis de Lavapiés.

Intercambiamos sonrisas y miradas de triunfo. Huímos de la rutina de nuestras vidas. Huímos de todos. Y el camino se hace eterno. Y las escaleras hasta arriba se resbalan entre suspiros y besos en los descansillos.

Ambos sabemos que lo nuestro no es ningún romance épico. Que algún día se acabará, pero lo pasamos bien. Me gusta el sabor del tabaco en los recovecos de su boca, sus manos torpes en los botones de mi camisa, su mirada pensativa cuando me mira a través del espejo.

Pero él no es tú. Y eso explica tanto.

Y a las cinco en casa. Y que mamá no se entere.

2 comentarios:

Dara dijo...

Cat dice que se deja matar, segurísimo. Porque le encantan los rayos equis sobre la piel.




un miau dentro de un vasito de leche para ti :)

Sheena Rogers dijo...

Precioso :)

Y yo no he matado a todos los personajes. Los anticomunistas no saben contar? xD

Un besooo! (L)