Abarca mundos, pero nunca intentes abarcarme,

almaceno tu palabrería más ruidosa con sólo mirarte.

Walt Whitman.

martes, 31 de marzo de 2009

40 d.A.(después de Alicia)

Tan bonita como aquel día con sus dieciocho años y sus ganas de comerse el mundo, tan bonita como aquel día que la vio por primera vez, tan bonita como en Roma bajo la lluvia, más que en la Habana, toda de blanco, más que en Buenos Aires, toda de negro, en aquel funeral, más que cuando le gritó que se largará en Marruecos... Viéndola dormir nadie diría que habían pasado 40 años desde que la conociera en Roma, llorando bajo la lluvia, con los ojos más tristes y más hermosos que hubiese visto jamás, con el carácter más complicado que había llegado a conocer...
Sonrio y miró alededor de la habitación buscando su cámara, aquello era un completo desastre, en la habitación reinaba el caos más absoluto, él era un maniático del orden, pero cuando estaba con ella no podía pensar en otra cosa que no fueran el arte o ella, era su musa, su angel, su vida... Cogió la cámara y la encuadró tumbada en la cama, dormida, con la misma belleza inocente y arrolladora que a los dieciocho. Arrolladora era la palabra, la palabra que describía, no sólo su belleza, sino también a ella. Recordaba la primera vez que la había visto, era un 6 de mayo y el cielo se caía sobre Roma vaciando las calles de gente y convirtiéndolas en pequeños riachuelos, isolata la pioggia, llevaba un paraguas rojo cerrado, el pelo le caía empapado sobre los hombros, caminaba lentamente, en sus mejillas se mezclaban la lluvia y las lágrimas. Salió al balcón y entonces la vió, muy pequeña, tras su objetivo, trató de robarla el momento sin que lo advirtiera, pero se giró y con una mirada que hizo ondear el aire fue ella quién le robó el alma.

sábado, 28 de marzo de 2009

Y es que ella es tan pequeña...

Ella es diminuta. Muy pequeña. O eso cree. No entiende que todo tiene su momento, que se hará grande, muy grande, tan grande que la mayoría tendrá que mirar hacia arriba, porque tarde o temprano alguien descubrirá su luz. Ella es una mañana de sábado con la música a tope, el reflejo de las estrellas en el lago del parque, es el bichito que encontró el jodido tesoro y no lo desenterró, la palabra imposible de adivinar en el crucigrama, una sonrisa disimulada, ella es especial. Niña traviesa, espera tu momento y disfruta del presente.

Dices que yo no tengo casi nada en la cabeza
me miras, me juzgas, me condenas,
¿qué importa mi opinión?

lunes, 23 de marzo de 2009

Elefantes rosas de papel

Pablo hacía elefantes rosas de papel.
Pablo tocaba canciones de los Rolling con la guitarra.
Pablo boxeaba los martes y los jueves, porque no quería hacer barbaridades.
Pablo tenía los ojos brillantes cuando la regalaba elefantes rosas de papel.
Pablo se mordía el labio cuando quería gritar y hacer una barbaridad, porque había vuelto a oír al monstruo gritar a su mamá.
Pablo temblaba cuando se lo contaba a la princesa y ella se ponía pálida y le sujetaba.
Pablo abrazaba a la princesa y lloraba en su hombro, para que nadie le viera, sólo ella sabía por qué Pablo estaba triste.
Su mamá escapó del monstruo y Pablo sonrió, pero le dejó sólo con él.
Pablo no sabía por qué a la princesa le gustaban tanto sus elefantes rosas de papel.
Pablo invitó a la princesa a su casa porque quería decirle algo importante.
El monstruo quiso atacar a la princesa.
Pablo no pensó.
Pablo dejó un elefante rosa de papel sobre la mesa.
Pablo no quería que el monstruo volviese a hacer daño a nadie. Y menos a ella.
Pero el monstruo tenía escrito la palabra fracaso en la frente, que los días de lluvia como aquel, suele rimar con muerte.
El elefante rosa de papel que estaba encima de la mesa llevaba los suspiros de Pablo escritos en la trompa, Te quiero, decía.
Pablo no volvió a hacer elefantes rosas de papel.
Pablo no volvió a tocar a los Rolling.
Pablo no volvió a boxear.
Pablo nunca besó a la princesa.
Pablo fue enterrado un día de lluvia.
Desde entonces no ha dejado de llover en Madrid.
Desde entonces Buenos Aires perdió toda su luz.


No dejes que nadie te diga que
no te mereces lo que quieres.

martes, 17 de marzo de 2009

Leyendo en tus sonrisas

Este era su tercer año dando clase, nunca había tenido una alumna tan brillante, nunca había tenido una alumna tan difícil. Siempre tenía algo que decir, siempre tenía una causa, una lucha, una reivindicación, era pura energía. Habían sido dos primeras semanas intensas, muchos mohínes y risas escépticas después había conseguido establecer algo parecido a la cordialidad. La ironía había dejado paso a la simple curiosidad, cada clase era una batería de preguntas, en las que sin darse cuenta ella iba dando más información de la que recogía, haciéndole sonreír con sus ideas acerca de los problemas del mundo y sus soluciones. Sonó la sirena, sólo quedaba una clase y acabaría el jueves, por los pasillos se armaban corrillos en los que se declaraba la guerra, se firmaban acuerdos de paz o se hacían negocios. Al pasar delante de un grupo de chicas las voces cesaron y sólo se oyó un saludo que sugería muchas más cosas.
-Hola profe...
-Hola Cristina.
Decidió ignorar las miradas cómplices que intercambiaron ante su respuesta. Sabía como le miraban algunas de sus alumnas, pero mientras atendiesen en clase el motivo por el que lo hicieran no le preocupaba, tal vez conseguiría que les picase la curiosidad y se interesasen por la historia o por algo. Aún estaba en esa edad en la que creía que podía cambiar el mundo enseñando, que podía hacerles entender que conseguirían el mundo con sólo proponérselo, que harían algo importante. Complejo mesiánico había dicho ella cuando les soltó aquel discurso en clase, ella también creía lo que les había dicho, pero su personalidad estaba afectada por una continua lucha entre el nihilismo que le inspiraba aquel ambiente y los ideales en los que se empeñaba. El jaleo se extendía por la planta de abajo, mientras esperaban para entrar en clase de música y allí estaba ella, sentada en el banco frente a la puerta del aula de música, leyendo. Reconoció la portada del libro, 1984 y sonrió, dudaba que la mayoría de sus compañeros llegaran a leer ese libro alguna vez, ella tenía quince años y leía cosas que él no llegó siquiera a conocer hasta la universidad. Se acercó a ella.
-¿Estás leyendo 1984?-levantó la vista, molesta ante la interrupción, pero le cambió el semblante al comprender su pregunta.
-Sí
-¿Y te está gustando?
-Claro.-no le gustaban las preguntas obvias.
-Deberías leer "Un mundo feliz"... es interesante también.-sonó de nuevo la sirena que marcaba el comienzo de la última clase.
-Gracias, cuando termine este lo miraré...-cogió su cartera y se reunió con sus compañeros.
-Lucía
-¿Qué?
-De Aldus Huxley.
Una sonrisa, luminosa como su nombre, dio sentido a aquel jueves gris.

En una época de mentira universal,
decir la verdad constituye un acto revolucionario.

lunes, 16 de marzo de 2009

Suspéndeme

Un mechón de pelo ondulado le caía sobre la frente, leía en alto, con voz emocionada, un panfleto a sus compañeros, que pese a no estar tan convencidos como ella, atendían a cada palabra pronunciada por esa voz hipnótica. Tenía más ideales que años y los ojos perdidos en otro planeta, era bonito observarla mirar directamente a los ojos del que preguntaba, los gestos con los que desechaba sus objeciones, la manera que tenía de pellizcarse el lóbulo de la oreja cuando pensaba, le hechizó la forma despreocupada de sentarse sobre la mesa del profesor, desde dónde observaba a su audiencia.
-Señorita, me gustaría que desocupara mi mesa, si es posible...
Todos se giraron al escuchar su voz y le examinaron de arriba a abajo, sorprendidos, conocieron al nuevo profesor de historia. Menos ella, ella le dirigió una mirada burlona y con una voz fingidamente humilde cargada de ironía e impertinencia le respondió.
-Claro, perdona, profe...
Se sentó delante, en primera fila, con aquellos enormes ojos cargados de sarcasmo muy abiertos y el boli en la mano. Le estaba desafiando. Y eso le encantó. Aceptó gustoso y comenzó la clase con la pequeña revolucionaria muy atenta y el resto de la clase mirándola divertidos, esperando que su fuerte carácter hiciera explosión en cualquier momento.

sábado, 14 de marzo de 2009

Girando en cuadrados

Eran totalmente distintos, como un mp3 y un vinilo, como una sonrisa y una lágrima. Ella lo sabía, pero era incapaz de dejar de sonreir cuando él estaba cerca, cuando notaba el olor a su colonia, cuando oía su voz accidentada y escuchaba sus sueños de gloria infinita. Él la hacía soñar. A veces aterrizaba de golpe con la verdad y pasaba horas construyendo complejos, sustentando miedos y financiando el golpe de estado de su cerebro contra su corazón. Padecía inseguridad crónica y miedo a sufrir, había decidido construirse su propio mundo, dónde nadie tuviese acceso a ella, dónde nadie pudiese hacerla daño. Él soñaba con escapar de la sordidez en la que vivía, con rebelarse, con no tener que aparentar, soñaba con ser independiente, con ser algo y no tener que dar explicaciones. Ella capturaba el sonido del mundo en acordes, él en imágenes. Él tenía la mente confusa y las ideas claras, ella tenía la mente clara y las ideas confusas, cada uno una mitad de un todo. Los dos igual de perdidos y confusos, él 17, ella 16 años de corazas, ahora resquebrajadas.
Al fin ocurrió lo que una musa un día le inspirara al primer gran poeta de la humanidad, el inventor de la palabra que a ellos tanto reparo les producía. Él sintió como su sonrisa se metía en sus sueños y como le dolían esos ojos, los más tristes de Madrid, los de ella. Ella se dejó llevar por la risa infantil de aquel niño enfadado con el mundo que había decidido robarla el alma con su maquina de capturar momentos. Y ambos encontraron las sonrisas perdidas, los sueños olvidados en el autobús y las melodías extraviadas en el corazón. Él dejó de llegar tarde a clase los jueves y ella se olvidó de sus complejos. Media hora antes de clase sofocaba las ansias percusionistas de sus corazones.

Lo bueno de escribir tú las historias es que puedes cortarlas y no contar el final, porque todas las historias, por bonitas que sean tienen final, yo decido dejar un final abierto y quién sabe, quizás algún día puedan contármela ellos :)

-¿Crees en los cuentos de hadas?
-No, pero creo en las personas.

miércoles, 11 de marzo de 2009

El encantador caballero...

Trató de evitarlo durante un rato, esbozando media sonrisa cada vez que sus miradas se cruzaban, sonrojándose cuando notaba la mirada de él recorrerla. Le gustaba observarla hablar con todos, recogerse el pelo detrás de la oreja, aprenderse de memoria los gestos con los que acompañaba sus palabras, impregnando de verdad, de pasión, de fuerza todo lo que decía. Era tal y como se había imaginado. Se agachó, cogió un vaso de plástico de la bolsa que había en el suelo y se dirigió hacia la bebida. La bebida estaba debajo del árbol. Él estaba debajo del árbol. No queda más gente, ahora tienes que hablar con el encantador caballero de la cresta, cuyo nombre llevas intentando olvidar toda la tarde para volver a preguntarlo. Le dirigió una mirada divertida que hizo enmudecer a los perros que ladraban, a los bebés que lloraban y hasta los latidos de su corazón.

Mil perdones por el retraso: exámenes :)

Here's looking at you, kid...


lunes, 2 de marzo de 2009

A miel y humo...

La dio dos besos deliberadamente lentos, aspirando su aroma a miel y humo de un cigarrillo fumado sin costumbre, la notó temblar bajo sus labios, escuchó su corazón acelerarse bajo su disfraz de indiferencia y notó sus propias manos sudando sueños. Ella le dirigió una sonrisa fugaz y nerviosa y apartó la mirada rápidamente. Era una cría, tenían la misma edad, pero a ella se la notaba la inexperiencia en la mirada, en la sonrisa y en los sonrojos. Hacía poco más de un mes que la había visto por primera vez, llevaba el mundo en los ojos y una sonrisa que resumía todas las estrellas del firmamento.
Mañana un poquito más...

Sólo llevando
una estrella azul del rock