Abarca mundos, pero nunca intentes abarcarme,

almaceno tu palabrería más ruidosa con sólo mirarte.

Walt Whitman.

martes, 28 de abril de 2009

Let it be.

Quiero ser un rockstar. Quiero enamorarme de una artista conceptual japonesa. Quiero componer himnos pacifistas. Quiero llevar largo el flequillo y vivir de la música. Tocar en una caverna y viajar a la India. Quiero dicutir y componer con Paul. Quiero hacer huelgas desde la cama y cruzar sin mirar por Abbey Road. Quiero tocar en los tejados y que los vecinos llamen a la policía. Quiero ser un beatle.
Dijo el chico que se había enamorado de su guitarra.

lunes, 20 de abril de 2009

Como el viento

Tenía los ojos grandes y brillantes. Llenos de tristeza. Presos en el infinito. Siempre cerca de las ventanas, aspirando la brisa de la libertad, soñando con volver a ver las estrellas. La niña pequeña la observaba sentada en las escaleras, sin comprender por qué no escapaba, por qué no huía de aquella prisión de puertas abiertas.
Se sentía sola. Muy sola. Allí nadie podía comprenderla, ella no pertenecía a aquel sitio. Pero no escapaba, porque sabía que allí a dónde pertenecía no la aceptarían. Su soledad y su miedo al rechazo eran para ella una prisión aún más impenetrable.
La pequeña se acercó a la ventana y se arrodilló a su lado. La miró a los ojos y la acarició entre las orejas.
¿Qué te pasa gatita de ojos tristes?


Ya he vuelto :)

miércoles, 8 de abril de 2009

Con un par de aspirinas

Un martilleo constante. Un dolor agudo. Intermitente. Impertinente. Despertándola de la nada, el paraíso de sus sueños. Parpadea confusa, mira alrededor, ha vuelto a despertarse en un lugar desconocido. Trata de recordar, unos ojos castaños se entremezclan con una camiseta de AC/DC y canciones de Calamaro. Oye ruido en la cocina y comienza a vestirse, la boca le sabe a fracaso, tiene el pelo alborotado y los pies fríos. Recoge su bolso y sale por la puerta tratando de no hacer ruido y deseando que el ascensor no tarde, las presentaciones a estas alturas sobran y está aburrida de las absurdas y civilizadas fórmulas, no quiere darle su telefono a nadie, no espera que la llamen ni pretende llamar, sólo quiere que la dejen en paz.
En el ascensor, saca una goma del bolso y se recoge el pelo, mientras, examina su rostro ante el espejo, apenas quedan rastros del maquillaje de la noche anterior, tiene ojeras y las pupilas dilatadas, pero hay una marca más profunda, algo que no se aprecia a simple vista, la mirada de derrota, de abatimiento, las arrugas de su alma. Busca en el bolso y saca un cigarrillo y un mechero, lo enciende mientras sale del portal, tratando de ubicarse mientras desayuna frustraciones y humo. Comienza a caminar en dirección a su casa, encendiendo un cigarrillo con otro, sonriendo a los niños pequeños con los que se cruza y tarareando esa canción de Sabina que tanto le gusta. Al pasar por delante del bar de Carlos para a comprar tabaco, todos la saludan, Amelia, sonrie a Juanjo el mecánico del taller de al lado, a Pedro el panadero y a todos los demás conocidos, nunca nada cambia allí. Sube a casa fumando, deja el bolso encima de la silla y enciende el equipo de música, la voz de Janis Joplin le da la bienvenida a la angustia de su día a día. Se toma dos aspirinas y mientras se desnuda camino de la ducha, le viene a la memoria una escena de la noche anterior en la que un caballero andante trataba de salvarla de otra experiencia vacía. El agua caliente le resbala por la espalda, le devuelve, poco a poco, todos los recuerdos que no necesita. Llora. Llora por sus experiencias vacías, por los consejos que no sigue y por la impotencia de no poder salir de esa sordidez. Sólo es otro día más.

Ahora es demasiado tarde, princesa...

viernes, 3 de abril de 2009

Aviones que no despegan

-No te has ido.
-No.
-Nunca cumples lo que prometes.
-Lo intenté.
-Siempre lo intentas. Hay veces que no vale sólo con eso. Ya no me vale sólo con que lo intentes.
-Un tipo me dio una paliza y me obligó a quedarme. Dijo que no podía volver a dejarte sola.
-¿Quién?
-La persona que más te quiere en este mundo. Alguien a quién le mata verte llorar.
-¿Quién?
-Yo.
Prohibido querer o quererse,
estamos prohibidos.

Aviones que se escapan

Buenos Aires en esta época es poesía. Te espero en dos horas en el aeropuerto. Si no estás allí, no te volveré a molestar, gallega, te juro que desapareceré. Para siempre.



-¿El infinito puede acabar?
-A veces sí... cuando se rompe el mundo.

miércoles, 1 de abril de 2009

Pequeña gran superpotencia

(Creo que ya lo había subido.)

Le oyó gritarla. Otra vez. Cerró los ojos y se retorció el lóbulo de la oreja intentando calmarse. La angustia que le oprimía el pecho no desapareció. Entonces la vio. Tenía la parte derecha de la cara cubierta de sangre. La sangre le manchaba el jersey blanco que le había regalado por su cumpleaños. Las manchas de sangre no se quitaban fácilmente y menos en telas tan delicadas. Habría que tirarlo, pensó. Recordó su cara al abrir el regalo, se lo puso, lo estrenó esa misma mañana. Vas a parecer una puta, había dicho. Lo había hecho a propósito.
Seguía de pie mirándola avergonzada, como si hubiese hecho algo malo. Miró otra vez la sangre y vio como una gota recorría su cara, accidentada de antiguos golpes, hasta llegar a la barbilla, dónde se deslizó cayendo en el jersey blanco, su regalo de cumpleaños. El resto de la sangre no importaba, solo esa pequeña gota impertinente. Volvió a mirarla, la sangre provenía de una brecha en la ceja, no parecía grave.
La gota que había caído al jersey se tornaba marrón oscuro a medida que se iba secando. Por fin, ella habló: “No te preocupes”, dijo, “frotaré bien y quedará como si lo acabara de estrenar”casi sonrió.
“Lo acabas de estrenar... esta mañana.”
De repente sintió como si se hubiera liberado de algo, sintió una ligereza que la hizo sonreír, una mano amiga que la guiaba, no tenía que pensar, solo dejarse llevar, era un consuelo. Sin dejarla reaccionar la apartó y abriendo suavemente la puerta entró en el salón. Él no la miró, estaba viendo la tele. Se dirigió al equipo de música y lo encendió. La dulce voz de Quique González se escucho en toda la casa, muy alto.
“Quita eso”gruño sin levantar la vista de la tele. Le miró como si fuese la primera vez que le veía y le sonrió.
“¡Que lo quites!”ordenó poniéndose colorado de furia. Sin mirarle se volvió hacia la silla más cercana y con una fuerza que jamás había sentido la alzó por encima de su cabeza y le golpeó fuertemente en la nuca.

...Te vi bailar bajo la lluvia,
y saltar sobre un charco de estrellas...

Un golpe seco, limpio, sin sangre, que la llenó de fuerza. No era bastante. Tenía que sangrar, tenía que ver su sangre resbalar como había visto la de ella.

...Te vi bailar bajo la lluvia,
esperando la luna llena...

Esa mañana no la había felicitado. Volvió a la carga, esta vez en la cabeza.

...Volverás a reírte de veras,
cuando creas que estaba perdido,
volverás a reírte de veras,
si te quedas conmigo...

Como si hubiera abierto un grifo la sangre comenzó a derramarse sobre el suelo, roja libertadora.

...Te vi bailar bajo la lluvia,
te limpió el corazón de arena...

No era suficiente, seguía vivo, podía sentir su furia opresora, aún ahora que estaba inconsciente.

...Te vi llorar bajo la lluvia,
quién te hubiera quitado la pena...

Descargó toda su fuerza en el último golpe, partiéndole la silla en la cabeza.

...Volverás a reírte de veras,
cuando creas que estaba fundido,
volverás a reírte de veras,
si te quedas conmigo...

Tiró los pedazos de silla que aún sujetaba y respiró hondo, hasta ese momento no lo había notado, se había quedado sin aliento.

...Llevame, llevame, llevame...
y te vi bailar bajo la lluvia.

Levantó la vista y la vio parada en la puerta, mirándola. Había acabado. No volvería a pegarla el día de su cumpleaños. No volvería a pegarla. Nunca.